Otra prédica en el desierto
Por: Miguel Guerrero
Por años he sostenido que si aspiramos a vivir permanentemente en paz y bajo cierto grado de estabilidad política, deben hacerse más esfuerzos para combatir la pobreza. Los logros en el campo de la seguridad social y la democracia económica están muy a la zaga de las conquistas en materia de desarrollo político y respeto a las libertades individuales. Una democracia funcional requiere de cierto equilibrio de esos elementos fundamentales. Por eso, para muchos sectores de población, nuestro sistema político es insustancial y no les representa nada.
La pobreza no es el factor fundamental de la desobediencia social y la subversión, aunque la fomenta y en determinados momentos la justifica, por lo menos desde un prisma puramente ideológico y humano.
Sin embargo, una cosa es evidente. El ensanchamiento de la brecha, ya grande, entre pequeños grupos detentadores del poder económico y grandes masas de población carentes de toda posibilidad de progreso operado en los últimos años, gravita penosamente sobre la suerte del sistema democrático. La desaparición de la pobreza debe ser un fin en sí mismo en la sociedad moderna. Su rostro en la República Dominicana es verdaderamente denigrante. La pobreza fomenta pobreza y en la medida en que se dilaten las soluciones y se cierren las puertas de una más justa distribución del ingreso, más difícil y costoso se hará combatirla con perspectiva de éxito.
Las llamadas reformas aprobadas en los últimos años tienden a acentuar el grave problema de la concentración de recursos, profundizan de este modo la pobreza existente y empobrecen al mismo tiempo a la clase media.

Post a Comment