La Marca País de la discordia


Por Cristian Hidalgo

El pasado martes 20 de los corrientes, un trascendental acontecimiento sale a palestra y concentra la atención de todo el territorio nacional y hacedores de opinión pública; el mismo no sólo atrajo hasta su centro de gravedad a los principales protagonistas del empresariado y la industria nacional, sino que fue encabezado por nuestro Excelentísimo Señor Presidente, Luís Abinader; se trata del lanzamiento al mundo de nuestra Marca País «República Dominicana, la República del Mundo».

Leyendo los mensajes publicados en su cuenta de Twitter, el Presidente Abinader dice en uno de ellos: “Con el lanzamiento de la Estrategia #MarcaPaísRD, llevamos nuestra promesa de hacer a la República Dominicana un país más próspero, a cada rincón del mundo”; mientras que en otro expresa sentirse “Muy emocionado porque este próximo martes presentaremos nuestra Marca País”. Con cuanto orgullo y emoción se manifestaba el Señor Presidente de ese histórico acontecimiento.

En efecto, llegado el día, un escenario colmado de esplendor y brillo alberga en su interior a los más importantes y emblemáticos líderes de la economía dominicana; dos afamadas presentadoras (fungiendo de maestras de ceremonia) haciendo gala de su bien nutrido acervo cultural, mantienen entretenidos a los exigentes actores de la noche; el Señor Presidente con una tatuada sonrisa de oreja a oreja evidencia su suprema satisfacción del evento; mucho loor para el gobierno; todos vivían un nirvana sin precedentes.

Extasiados en el mágico mundo de nuestra “Marca País”, nunca escuché al Señor Presidente Abinader, tampoco a ninguno de sus funcionarios y mucho menos a sus seguidores, otorgar los merecidos créditos de tan magna iniciativa a quien realmente la concibió: el pasado gobierno que presidió Danilo Medina. Nunca se le dio importancia que el logotipo haya costado a nuestro erario la friolera suma de 32 millones de pesos; tampoco se cuestionó su manera de adjudicación. Hasta que algo salió mal; hasta que algún travieso dolido por no ser tomado en cuenta, le advierte a un ruso que nuestro logo de “Marca País” es un plagio a una de sus obras.

De inmediato sale a palestra el nombre de Ivan Bobrov, un diseñador ruso que presuntamente hizo el diseño en el año 2014; y quien advierte que no lo ha vendido, así como tampoco ha participado en ninguna licitación en la República Dominicana. La reaccción de la empresa publicitaria mexicana Beker (adjudicataria del contrato), no se hizo esperar; y desligó a su socio Kraneo, dirigido por Mike Alfonseca, del diseño del logo Marca País, asegurando que esta no tuvo intervención alguna en esta propuesta gráfica presentada por el Gobierno el pasado martes 20.

Cuando se destapa el escándalo y se hace viral el supuesto plagio, la entidad gubernamental patrocinadora del concepto, Pro-Dominicana (antes CEI-RD), emitió un comunicado aclarando que fue el anterior director de la institución, Marius De León, quien eligió el logotipo entre varias alternativas presentadas por el consorcio de ganadores de la licitación. Por fin le otorgaron los créditos a la pasada gestión gubernamental.

Quiero reflexionar lo anterior, trayendo a colación el caso en que Albertico tenía una novia en Hato del Padre, a la que visitaba con mucha frecuencia; ella era una joven brillante, hermosa, trabajadora y muy servicial; su mejor amiga Yolanda siempre le acompañaba, lo que motivó a Albertico, a hacerse acompañar de Eduardo en sus viajes, recomendándole como muy buena a la amiga de su novia.

Con el tiempo, Albertico (que no calentaba silla en ningún lado) ya no visitaba esa comunidad porque sus intereses los tenía en Sabaneta; pero Eduardo, se metió en amores con Yolanda (la mejor amiga de la ex de Albertico), con la que posteriormente contrajo matrimonio. Sus tres primeros años, fueron como una eterna luna de miel; el concepto que tenía de ella era de una mujer seria, trabajadora, inteligente, «de familia», consagrada a su hogar; y tantos halagos como los que pueda usted imaginarse. Durante todo ese tiempo, Eduardo entendío que la elección de su esposa fue fruto de su buen gusto, de su buen olfato y de su buen juicio; nunca se le ocurrió que fue gracias a Albertico que la conoció.

Un día cualquiera del cuarto año de feliz unión matrimonial, su esposa Yolanda comete un acto de “indelicadeza” de esos que muy pocos hombres nos atrevemos a perdonar a una mujer; supremo problema se arma en la casa; una feroz discución surge; y una frase surge desde lo más recóndito del interior de Eduardo: “maldita sea la hora en que Albertico me metió en este gancho”.

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