Considérate a tí mismo
El evangelio según San Juan 8:1-11, nos cuenta la historia de una mujer que fue sorprendida en adulterio y conforme a las leyes judías debía morir apedreada. La traen a Jesús para que diera su opinión, y tentarle en consentir su muerte. Jesús, se inclinó hacia el suelo y escribió en tierra con el dedo. Cuando los que la acusaban y ansiaban lanzarle piedras insistían en preguntarle a Jesús ¿Tú qué dices? Jesús les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. Pero ellos, al oir ésto, acusados por su conciencia, salían uno a uno; quedó Jesús sólo con la mujer y le dijo: Yo tampoco te condeno, vete y no peques más.
Todos somos pecadores. Cómo dice el dicho: El que no salta, cogea. Todos cometemos faltas. Todos tenemos nuestras debilidades. No hay justo ni aún uno. Por tanto, no nos corresponde condenar a nadie. Somos imperfectos propensos a fallar. Pongámonos en el lugar del que hoy es acusado, sea culpable o no. ¿Nos gustaría que nos den el trato que hoy le estamos dando a quién ha sido sorprendido?
En Galatas 6:1 y 2, nos dice que si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a tí mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo.
Dice una canción de René González: ...por qué tomar el juicio en nuestras manos, actuando bajo nuestra conveniencia, nos ciega la apariencia y juzgamos sin piedad.... si somos imperfectos, propensos a fallar..
No podemos alimentar el morbo, ni ser inmisericordiosos. No podemos condenar, ni mucho menos contribuir a deteriorar la imagen de nuestros semejantes.
Como cristianos, estamos llamados a imitar el ejemplo de Cristo, y a ponernos en el lugar del otro. Por más grave y aberrante que sea o haya sido lo cometido por alguien, debemos procurar tener y mostrar misericordia.
Apliquemos la regla de oro, y oremos para que Dios tenga misericordia y podamos arrepentirnos de nuestras faltas, y testificar de las grandezas del Señor.
Pongámonos en lugar del otro; mostremos amor, misericordia, paciencia y perdón. No sigamos siendo hipócritas; seamos sinceros con nosotros mismos. Sólo Dios y nosotros mismos conocemos nuestros pensamientos y proceder. ¡Ayudemos a levantar al caído!
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