La verdadera grandeza: servir a los demás
“El mayor entre ustedes debe ser su siervo.” Estas palabras pronunciadas por Jesús en Mateo 23:11 establecen un principio fundamental: la grandeza se encuentra en servir a los demás.
El servicio a los demás es una de las tantas manifestaciones del amor hacia nuestro prójimo. Al servir, estamos siendo empáticos y generosos, y a la vez brindando aquello que también nos gustaría recibir en una situación de necesidad.
El ejercicio de servir engrandece, porque quien es amoroso, solidario y compasivo con otros, gana en sabiduría y crecimiento espiritual.
A través del servicio desinteresado, cuando brindamos apoyo, consuelo y ayuda sin esperar nada a cambio, la vida se encarga de proveernos cuando lo necesitamos y de hacerlo en abundancia.
Hay personas que se sienten cansadas, incluso fatigadas de la vida que llevan. Son distintas circunstancias las que las hacen sentirse agotadas, deprimidas y sin ánimo para continuar. El peso de las dificultades las aflige, y la única solución que ven es no seguir adelante. Pero qué hermoso es tener la oportunidad de ayudar y servir a estas personas, de secar sus lágrimas y motivarlas con acciones a continuar.
Muchas veces, en el ardor de nuestros días y ocupaciones y en lo que consideramos “grandes preocupaciones” para nosotros, olvidamos a nuestro prójimo. Una palabra de aliento, un momento de escucha atenta, una sonrisa, un abrazo u otro gesto (una llamada, un mensaje, una visita) puede significar muchísimo para alguien desconsolado.
Es oportuno reflexionar ante la falta de piedad y compasión, frente a la miseria y degradación de otros hermanos, de nuestro silencio frente a las injusticias sociales, de nuestra vista gorda a la dignidad pisoteada de otros, de las vidas inocentes que se están perdiendo por los conflictos bélicos y de nuestro compromiso como cristianos de ofrecer esperanza.
Cada uno, desde su lugar y realidad particular, puede marcar la diferencia al interesarse por el otro.
Ese interés genuino, lejos de todo egoísmo, nos llevará a ver más allá de nosotros y nuestras necesidades para empezar a pensar y considerar las de los demás.
La invitación que comparto con ustedes es a tener una mirada de misericordia, a tomar conciencia, ser empáticos y a tener coraje para ayudar a nuestros hermanos, a no solo actuar individualmente, sino también colectivamente.
Les invito a ser promotores de formas nuevas de acoger y servir, de compartir; de no ser indiferentes frente a la fragilidad y debilidad de otros. De ayudar a nuestros hermanos que se sienten exhaustos, humillados, rechazados y condenados; de extender la mano al que le cuesta pedir ayuda y consuelo porque ha experimentado maltrato y violencia. De rechazar la cultura del “usar y tirar” y promover la fraternidad y el servicio.
La invitación es a reflexionar acerca del espejismo de nuestros intereses personales frente a las necesidades de nuestros hermanos. Muchas veces nos enfrascamos en nuestros problemas y perdemos de vista al otro. Que tengamos una mirada compasiva y proactiva frente a lo que necesita nuestro prójimo; que dentro de nuestras prioridades esté también tener una mirada y corazón sensibles a lo que le pasa al otro. Que brindemos gestos y hechos concretos que ayuden a confortar la soledad, la desesperación y la indiferencia que muchos sufren. Que seamos luz de esperanza y nos dispongamos a ayudar, dejando la comodidad, la ligereza y la hipocresía; que no sea para quedar como “buenas personas,” sino que sean actos desde la sinceridad y transparencia de nuestro corazón.
Repito lo de siempre: Dios nos ha llamado a ser de bendición para otras personas, porque de la misma manera Dios ha puesto personas en nuestra vida para que sean de bendición para nosotros.
¡Hay mucha hambre de pan, pero también de amor!
Seamos grandes, sirvamos con alegría.
Post a Comment