El PRM, los empleos y la Virgen de la Altagracia


Por: Cristian Hidalgo
En el pasado proceso de primarias abiertas y simultáneas, el Partido Revolucionario Moderno (PRM) acaparó la atención de 364,344 dominicanos, divididos entre sus dos precandidatos, de los cuales el actual Presidente de la República, Lic. Luís Abinader, obtuvo 283,393 votos, contra 80,951 logrados por Hipólito Mejía. Ello apenas representa un 4.87% de los 7,487,040 de ciudadanos dominicanos plasmados en el padrón de electores.
A pesar de las adversidades y distanciamiento social que nos ha impuesto la actual pandemia producida por el Covid-19, en las pasadas elecciones presidenciales celebradas en este país el pasado mes de julio, 2,154,876 dominicanos sufragaron a favor de la fórmula Luís Abinader – Raquel Peña en las boletas del PRM y demás partidos aliados, lo que representa una concurrencia de votos válidos a las urnas del 28.78 de dicho padrón nacional (23.92% adicionales a los 4.87% que acudieron en las primarias sin que haya existido distanciamiento social alguno); mismo que otorgó una contundente victoria en primera vuelta, convirtiéndose en el 52.52% de los votos válidos escrutados.
Es de todos conocido que las elecciones presidenciales no suelen ganarse con la militancia de ningún partido; se hace preciso la convergencia de otras organizaciones políticas, movimientos de apoyo, asociaciones, fragmentos del partido de gobierno (disgustados por no haber sido tomados en cuenta o por otros motivos), religiosos, ONG’s, cooperativas, gremios profesionales, la sociedad civil harta del oficialismo y otros actores que directa o indirectamente hacen sus aportes a esa causa.
Nuestra nómina pública al día de hoy supera los 630,000 empleados distribuidos en sus diferentes instituciones; eso equivale al 50% del padrón electoral del gobernante Partido Revolucionario Moderno (PRM). De ese modo es importante destacar que aún yendo a sufragar el 100% de los perremeístas netos, más de 800 mil ciudadanos que nada tienen que ver con ese partido, concurrieron a manifestarse a favor de esa fórmula presidencial en las pasadas elecciones.
Es cierto que un partido que venía con 16 años fuera del poder, en un país en donde sus ciudadanos en gran mayoría aspira a beneficiarse del Estado de alguna manera, al lograr ahora instalarse en el Palacio Nacional, lleve a su gente a ocupar las debida posiciones; sin embargo, no sólo ellos tienen el derecho a usufructuar las “facilidades” que genera el Estado. Todo lo anterior lo tiene muy claro el Señor Presidente de la República, quien ha exhibido claras señales de hacer una buena gestión gubernamental en el presente cuatrienio. Sus acciones deben ser emuladas por sus partidarios.
Recientemente leí unas declaraciones de la secretaria de organización del PRM, Lic. Geanilda Vásquez, en el sentido que «ningún ministro tiene derecho a designar a ningún servidor público que no sean los recomendados por la Comisión de Empleos del partido en cada provincia». Es obvio que dicha comisión no tomará en cuenta a ninguna persona más allá de los militantes propios de su partido y que ellos conocen.
Todo lo anterior me trae a la memoria la historia de Antonio, un católico devoto de la Virgen de la Altagracia, cuya imagen tenía plegada en una pared de la sala de su casa, y en cuyo pie llevaba adherida una pequeña meseta de madera para soportar los velones y velas que con frecuencia y elevada reverencia le encendía.
Un día, Antonio jugó un billete de la Lotería Nacional, cuyo premio sería un millón de pesos (en caso de salir agraciado en primera); con el billete en las manos se arrodilló frente a la Virgen, diciendo: “Virgencita de la Altagracia, tú sabes que tengo algunas deudas y quiero emprender algunas cosas; pongo en tus manos este billete, implorando tu ayuda para que obtenga el premio mayor de la Lotería Nacional”. Pasó la lotería y el billete se peló.
Al siguiente domingo, le dice lo mismo, sólo agregándole: “Si este billete sale premiado, 900 mil pesos serán para mí; y 100 mil pesos serán para ti”. El billete no salía y cada semana le aumentaba 100 mil a la Virgencita y se los disminuía Antonio de los suyos; hasta que llegada la décima semana sin que haya salido, lo ofrendó todo para ella; “Virgencita de la Altagracia, la pasada semana te ofrecí 900 mil para ti y 100 mil para mí; pero en este domingo, si el billete sale, la proporción será un millón para ti y nada para mí”. Ese domingo salió el billete.
Antonio, brinca, salta, baila y hace de todo movido por la alegría de haber sido agraciado con el premio mayor. De inmediato, lápiz y papel en mano empieza a sacar cuentas de lo que pretende hacer con el millón de pesos: 100 mil para pago de deudas, 500 mil para una casita, 100 mil para un carrito familiar, 100 mil para una parcelita, 100 mil para un certificado a plazo fijo en el banco; y los otros 100 mil, venga fiesta, venga “romo”. Al sumarlos todos, justamente ha agotado el millón de pesos; en eso mira hacia la pared en donde yacía inerte la Virgencita de la Altagracia, a quien se le acerca y en susurrada voz le manifiesta: “Y a ti, por agallúa ni un velón te voy a encender”.

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